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Monday, November 18, 2013

"Case Study: In The Line Of Fire"

"Era su trabajo resguardar el destino de la nación.

Pero en el momento mas crítico, estuvo una fracción de segundo demasiado tarde.

Ahora, después de toda una vida de segundos pensamientos y de segundas suposiciones, el Agente del Servicio Secreto Frank Horrigan está a punto de obtener una segunda oportunidad."

Sunday, October 13, 2013

"Steal Like An Artist" (and II)

This class should be mandatory: it is the unwritten Decalogue they never taught you in college.

"Steal Like An Artist"

Autin Kleon's take on creativity is the most practical approach.

Artists should make it their mantra, and remain within its line of thought.

"Half a million secrets"

Frank Warren and the PostSecret project, in his own words.

A fascinating look into an unexplored part of the blogosphere, with secrets galore.

"I want to tell you"


"Quiero decirte que te amo, pero le temo al silencio que le siga."


It's the Talk of the Town - Jackie Gleason

Wednesday, March 27, 2013

"Case Study: The Game"



Minuto 2:25: "It's a game... It's a game."

***

Alguien reconoce la música indirecta que suena como telón de fondo?

Call Me by New Classic Singers on Grooveshark

Tuesday, March 26, 2013

"Happiness"



"Hacer lo que amas es libertad,
amar lo que haces es felicidad."

Sunday, January 27, 2013

Tuesday, January 8, 2013

“Operación Natividad (a.k.a Three Wise Men): Fifteen minutes to live”

Muy temprano al día siguiente, en las primeras horas de la alborada, en una villa de la región toscana, tres hombres vistiendo bragas de mecánico azules y portando cajas de herramientas esperaron hasta que de la villa saliera un automóvil con una mujer y un menor de edad en el interior. Entonces procedieron a bajarse de la camioneta. El primero era Mirabal (Charlie Papa) junto con un servidor (Yankee Victor), coordinados con las dotes de un muchacho muy hábil y diestro con las manos a quien llamaremos el Ragazzo.

El Ragazzo no tocó el timbre, sino que se afincó a él hasta que un asiático de tres metros se acercó trotando hasta la puerta. El asomo de una cuarenta y cinco en el listón de su holster podían verse claramente bajo la apertura de su chaqueta.

“¿Qué pasa?”, preguntó el hombre de ojos oblicuos en un pésimo italiano.

“Abra la puta puerta que tenemos que encontrar la fuga de gas!”

“¿Una fuga de gas? A mí no me dijeron nada.”

“Déjalos pasar.” le ordenó el otro asiático que se apareció detrás (este último era un clon del primero, un cuasi-gemelo idéntico al original, casi que podría decirse, al punto tal que era casi imposible diferenciar el uno del otro). El discurso fugaz del Ragazzo resultó ser infalible: el primer chino abrió y, antes de que pudieran darse cuenta, ya estábamos en la sala de la casa.

El Ragazzo, que no dejaba de agitar los brazos y dar voces de alarma, despertó a un tercer guardaespaldas con cara de amanecido que salió de la cocina frotándose los ojos liderando a las mucamas.

“El escape viene de la casa y es peor de lo que pensamos!” gritó el Ragazzo siguiendo los dictados de un tester que hacía funcionar como un contador Geiger.

Llegamos hasta el otro extremo del recinto y, toda vez ciertos de que los tres matones y las mucamas también estaban dentro de nuestro radio de alcance, sacamos las herramientas: Charlie Papa manejaba una cuarenta y cinco negra, el Ragazzo un treinta y ocho de cañón recortado y yo me sentí a gusto con mi reluciente Pietro Beretta.

Rápidamente, sometimos a los guardaespaldas surcoreanos.

“Estos luchadores de sumo y las mucamas le pertenecen, Ragazzo. Nosotros vamos a buscar al cerdo” y nos fuimos a lo largo de un pasillo que parecía no tener fin a patear puerta tras puerta.

Al batir la última encontramos al Cuarto Hombre en piyamas tendido sobre el centro de una inmensa cama, en bata de baño, sosteniendo Il Corriere della Sera en una y un cohíba en la otra mano. Era Wilmer Ruperti, alias Salvador Sanfilipo, alias Roberto Riccobono, alias Vicente Parlapiano; en todo caso, empresario boliburgués, testaferro, y pieza clave de las operaciones navieras del mandril en Europa. A su lado había un vaso de jugo de naranja acompañado de tostadas, mermelada de higos y frambuesa servidos en una reluciente bandeja de plata.

Brinqué sobre la cama y pateé la bandeja con toda la fuerza de mi alma.

“Feliz Año…que las hallacas te hagan daño!”

Mientras se proyectaba al piso y antes de que Ruperti contemplara cómo su desayuno se desparramaba por el suelo, le sustituí el cohíba por el cañón de mi pistola. Se la metí buche adentro, hasta lo más profundo de su garganta.

El pobre hombre estaba aterrado, tratando de procesar quienes eran estos personajes, de que película habíamos salido, de que tren nos habíamos bajado. Ruperti babeaba el cañón de la Beretta sin el más mínimo respeto por la industria armamentista italiana.

“Q-q-quienes son? Q-q-que quieren de mí?” gageó Ruperti, temeroso de que un ligero descuido se me fuera a salir una bala.

“Central de Inteligencia Norteamericana!”

“Por el amor de Dios, quítele el fierro de la boca ¿No ve que el cerdo quiere hablar?”, acotó Mirabal desde el travesaño de la puerta.

Ruperti vió furtivamente a Mirabal y luego me vió a mí, el verdugo que lo encañonaba. Acto seguido, procedió a ponerse de rodillas, suplicándome que no lo matara.

“Soy un hombre poderoso. Tengo mucho dinero….” dijo el cabronote mientras deslizaba su espalda culo abajo por el borde de la cama.

Alcé mi puño libre y se lo estrellé contra su ojo izquierdo. El impacto del coñazo lo trajo de vuelta al presente.

“Tu dinero me importa un c0ñ0. Mírame a los ojos, cerdo chaburro. Y para las orejas! Dentro de quince minutos va a repicar el teléfono. El autor de la llamada es el centinela de un puerto que necesita consultarte un asunto muy importante. En este momento, del otro lado del escritorio donde este centinela despacha, se encuentra un alto oficial uniformado que le ha presentado una ‘orden de traslado’. Te preguntará si fuiste tú el que la firmó le vas a decir que sí, que no hay problema, que proceda con lo acordado luego con toda la calma del mundo te despedirás y le agradecerás por haber llamado.”

“No tengo el poder para hacer tal cosa. Esas cosas las maneja Diosdado.”

“El soborno lo pagaste tú, webonsón. Eres el responsable, y cuando no está El Pollo, tu amigo es el segundo al mando.”

“No tengo amigos en la DIM. No sé de qué me estás hablando.”

El teléfono repicó. Ruperti no dejaba de susurrar “Mi familia…mi familia…”

“Tu familia se fué de compras, cabronsote. No te preocupes. Tenemos a tu esposa vigilada.”

Primer repique. Segundo. Tercero….

“Atiende, webonote, que sólo te quedan quince minutos de vida. Ah! Y con parlante abierto que yo también quiero oír. Mucho cuidado con lo que dices y con la forma como lo transmites. Mira que el lingo figurado es una de mis más destacadas virtudes.”

Sudando atendió el teléfono y lo primero que se oyó fue una voz lejana, con tono de pargo asustado.

“Aló? ¿Por favor con el señor Ruperti?

“Sí soy yo. ¿Quién habla?”

“Caramba, señor Ruperti, tenemos una situación que necesito que nos aclare. Queremos confirmar la legitimidad de su firma en un documento que nos presentaron…”

Le metí el cañón en la oreja libre.

“¿Y para qué coño preguntan si ya lo sabían? ¿Por qué llaman a estas horas?”

Por un momento pensé que el del otro lado no se había convencido mucho con el ladrido, pero Ruperti logró muy pronto asumir la voz de mando y le exigió que obedeciera.

Con varios milímetros de cañón metidos en la oreja, Ruperti le giró instrucciones al centinela. Luego le ordené que colgara. Fue entonces cuando mi teléfono encriptado repicó. Era Wilcox. Me alegré con júbilo. Era una señal de que todo marchaba según lo planeado.