La visión de Wilcox no era un sueño. Era real. Cuando revisé mi mochila encontré una hoja que seguramente era parte del suplemento, del libro de sopa de letras que tenía en sus manos cuando la vi en el hospital militar.
La criptografía nunca ha sido mi fuerte, lo digo porque la página arrancada a lo bruto era un crucigrama parcialmente resuelto cuyo enreversado mensaje me tomó semanas descifrar.
Cuando llamé a número que obtuve supe que había dado el target al confirmar que era efectivamente su voz al otro del auricular la que me atendía.
Convenimos a reunirnos en un café de la Alexanderplatz, cercano al reloj que marca todas las horas del mundo...
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