El tiempo continuó expandiéndose. El estrepitoso ruido del rifle me había ensordecido y hacía que oyera los disparos como detonaciones dentro de una caja de resonancia, como ruidos hechos bajo el agua.
Hubo una pausa. El cantar de unos pájaros, el sonido del caudal del río. El profesor asistió a Arkansas y llamó a MI6 por la radio. Blackwater intentó bajar para ver de cerca al talibán que había herido, asegurarse de que estaba bien muerto pero una nueva ráfaga de balas se lo impidió. Miré hacia abajo, las balas provenían de un grupo de aproximadamente quince talibanes que sorpresivamente habían bajado de la colina ubicada al otro lado del riachuelo.
Saltamos tras las rocas de más abajo evitando las balas que silbaron rasantes por sobre nuestras cabezas. El profesor tomó el M16 de Arkansas y trató de cubrir lo mejor que pudo desde donde se encontraba. Sus manos estaban llenas de la sangre de Arkansas; curiosamente su herida no fue consecuencia del disparo del talibán que Blackwater había alcanzado sino del fuerte golpe que se dió con la punta de la roca sobre la que cayó y que casi le parte la cabeza.
Casi todos eran barbudos, unos con gorros de lana, otros con cabellos largos. Detrás de ellos divisé al hombre del turbante que me había pelado. Intenté abrirme paso para lograr una mejor ubicación. Con mi rifle escupiendo fuego, encontré refugio bajo una roca más grande, pero Blackwater me indicó que no siguiera con una ligera sacudida de su cabeza.
Arriba el Profesor, un hombre valiente, continuaba disparando hacia los talibanes que ya comenzaban a desplegarse a lo largo del valle. El Profesor cortó a cinco en seco que cayeron sobre el río.
Hubo un grito desde la colina que vino seguido de la aparición de un nuevo grupo quince ó veinte talibanes que se le sumó a la guerrilla. Pensé que sería el fin, que no habría manera de salir con vida si ellos eran más que nosotros, pero transcurrido unos segundos ocurrió más bien lo contrario: las guerrillas comenzaron a replegarse colina arriba y sus disparos se hicieron menos frecuentes, diluyéndose tras los árboles de donde habían salido.
Las guerrillas habían confundido nuestro encuentro con una maniobra de flanqueo. Creyendo que podrían estar rodeados, lo talibanes procedieron a dispersarse entre los árboles cerro adentro lejos del fuego de Blackwater, del Profesor y el mío. Y entonces supimos que ese era el momento preciso para escapar, antes de que cayesen en cuenta de que estábamos solos y su error de cálculo fuese corregido.
Sunday, January 31, 2010
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