La Agencia es una organización cuya existencia depende fundamentalmente del uso del polígrafo. No importa cuantos estudios hayan demostrado la inefictividad de este método a la hora de determinar si alguien está o no mintiendo. No importa que se haya insistido hasta el cansancio, incluso en las más altas esferas de la inteligencia norteamericana, de que es una tecnología poco confiable. La Agencia la sigue considerando determinante a la hora de establecer culpables.
Recursos Humanos lo emplea en el screening de nuevos aplicantes, Asuntos Internos lo aplica en los actuales empleados. Operaciones se moriría si le pidiesen que dejase de usarlo en las sesiones de interrogatorio a las que someten a los enemigos combatientes detenidos en Guantánamo.
Hoy hubo una sesión de polígrafo en la oficina. Quién la ordenaba: mi jefe. El motivo: cinco mil dólares desaparecidos cuyo gasto no había sido justificado. Habría sido más fácil agarrar una servilleta para hacerme un recibo chimbo dirán ustedes pero la prisa y la premura no dan tiempo para esas cosas.
Que algo así pasaría lo intuía mucho antes de mi regreso. El lunes por la mañana mi sospecha se confirmó cuando capté la cara de sorprendido que puso en el momento que me vió llegando a mi estación de trabajo. Su consternación era tan evidente que lo delataba. Eran unos ojos pelados que gritaban. “Está vivo!” a los que respondí con un cartel que rezaba: “Si. Ya llegué guebonsón. Estoy listo para la próxima misión que asignes. El bagazo que tú no quieres hacer por tu falta de cojones”.
Los poligrafistas llegaron e hicieron su trabajo. Me sentaron, me conectaron mil cables. Las preguntas se remontaban a mi niñez, mi adolescencia, donde viví, donde crecí. Los estudios de topografía. El postgrado en GIS. El tiempo que serví en la Legión Extranjera. Zambia. Burundi. La baja honorable. La oferta de empleo en la Agencia. La feria de trabajo. Inclusive cuando llegaron a preguntas más puntuales de hechos mas recientes mi pulso se mantuvo estable. Pasé el examen with flying colors. No encontraron nada.
El jefe, que habían tenido que sacarlo a patadas del cuarto porque había seguido insistiendo con “Pregúntenle por los cinco mil dólares”, volvió a entrar a escena. Pero esta vez los poligrafistas le ordenaron que me dejara tranquilo. “Este hombre está limpio. Deje de hablar tanta gueb0nada”. Así mismo. El pobre no había terminado de procesar lo que le habían dicho cuando ya lo tomaban por el brazo para sentarlo en la silla. “¿Qué están haciendo?” Les espetó con su habitual arrogancia. “Este es una prueba ordenada desde arriba. Todos los empleados del Directorado deben someterse a ella”.
No sé es qué turbios negocios se habrá metido mi jefe pero no pasó el examen. Ha sido suspendido de forma indefinida y enviado a casa para cumplir misión piyama. No me extraña nada de esto. Su especialidad siempre ha sido lanzar boomerangs en amplias parábolas elípticas que se regresan y le aterrizan en la cara, así que tarde o temprano algo así tenía que pasar.
Una amiga norteamericana que sirvió en una misión conmigo me dijo una vez: “No te preocupes por los patanes que no hacen su trabajo. Esto es lo Estados Unidos. Aquí a la gente la botan.” Cuanta razón tenía. Me hubiera gustado haber podido invitarla a la celebración que dimos esta noche en la terraza de mi casa.
Tuesday, December 15, 2009
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